domingo, 29 de noviembre de 2009

Arquitectura

El siglo XX puso a México, por primera vez en su historia, ante la posibilidad de ser contemporáneo. Las primeras obras mexicanas de los novecientos son herederas en sus formas del pasado, aunque sean ya –y esto es importante para la historia de la arquitectura–, muy avanzadas técnicamente hablando: el Palacio Postal, el Palacio de Comunicaciones, el nuevo Teatro Nacional y el frustrado Palacio Legislativo. Todas ellas fueron proyectadas por extranjeros, únicos capacitados para abordar su gran complejidad –según se creía–. Tienen estructura de acero y concreto, así como modernas instalaciones hidráulicas y eléctricas, ascensores y teléfonos. Su mismo lenguaje historicista no era percibido en aquella época como anticuado (calificativo aplicable entonces sólo a lo colonial), sino como moderno, aunque hoy nos parezca evidente, para decirlo como Manfredo Tafuri y Francesco dal Co, quienes al hablar del art nouveau desplegado en el Teatro Nacional de Adamo Boari expresan que allí había sólo una “resistencia sublime” al cambio, una inconsciente actitud de “celebrar más la extinción de un mundo que la aparición de nuevos horizontes”. La belle époque europea y el Porfiriato mexicano, en efecto, se acercaban a su extinción.También en la Ciudad Universitaria hace su aparición el emigrado español Félix Candela autor, con Jorge González Reyna del Pabellón de Rayos Cósmicos, estructura de concreto de gran esbeltez. Candela producirá igualmente una obra tan notable como el restaurante Manantiales de Xochimilco,con Joaquín Alvarez Ordóñez, en 1957.Continuador de Barragán, Ricardo Legorreta consigue un éxito importante en 1968 con el hotel Camino Real, y las décadas de 1970 a 1990 lo verán surgir como protagonista indudable del fin de siglo mexicano, al lado de arquitectos de vocación monumental como Agustín Hernández (Colegio Militar, de 1976), Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky; estos últimos con obras conjuntas: el INFONAVIT, en 1973 y El Colegio de México de 1975. Zabludovsky alcanza uno de sus mayores logros en 1991 con el Auditorio de Guanajuato, mientras González de León lo hace con el nuevo Conservatorio de Música tres añosmás tarde. Todos estos arquitectos pueden aún servir como ejemplo de la vigencia del camino planteado por primera vez a la arquitectura mexicana en la década de 1920, tan claramente expresado por Valéry y Wright: ser fieles a la modernidad y al legado mexicano. Esto significa que los riesgos de caer al vacío por ambos extremos siguen presentes, y existen numerosos ejemplos de ello, tanto en el cosmopolitismo banal como en el peor de los provincianismos.





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